Me hallaba perdido, el tiempo detenido en mí no respetaba el transcurso de la vida cotidiana. No recuerdo hace cuanto tiempo que no me hallaba sobre las huellas sordas clavadas en esta tierra de colores vívidos ahora con tintes grisáceos, de olores dulces y caobas humeantes, de vientos gélidos que ruborizan mis mejillas y devuelven el deambular de mis pasos errantes.

El tenue rocío caía calmo, prudente, procurando templar el indómito ímpetu que corroía la aún viva triza fiambre llamada yo. Tomaba tierra sobre la calzada empedrada con tal ligereza que parecía el danzar de diminutos cristales; cuarzos que se volvían líquidos, sosegando la sed de la arcilla. Utopía, era aquella la visión del paraje que yo recordaba, el ensueño anhelado en el claustro de mi entendimiento.

El ardor de mis pies indica un peregrinar exhausto, vida que aún no alcanzo a recordar, tan solo tengo este deseo efusivo, carnal, La sola memoria de mi cuerpo que pide con sollozos amargos el hogar. Me hallaba perdido, y enfrente de mi tumba ahora me encuentro; arrodillado ante el recuerdo inmediato de un despertar turbulento, pues la mente que libera el alma, me mantuvo prisionero, vagante en un castillo de incrédula ausencia.